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El 21 de agosto del 2021 peregrinamos a nuestra santa chilena, Teresita de los Andes, ella sería la intermediaria para agradecer a Dios tantos beneficios: en pandemia,

los que se habían contagiado con el virus se recuperaban satisfactoriamente (la enfermedad había sido benigna), teníamos en el hogar lo necesario para vivir, incluido el amor con todo lo que implica, y sabíamos que la Santísima Virgen nos cuidaba. Ya no necesitábamos pedir más, sin duda sólo agradecer.

La lista de los “qué hacer” durante el viaje era larga, todo lo que requeríamos estaba listo; lo esperable para un viaje venturoso. Pasado las nueve iniciamos el camino hacia Los Andes; el arribo estaba previsto para el medio día.
El cronograma era muy completo, nada quedaba “echado a la suerte». Dos sacerdotes y algunos de los cuidadores acompañábamos a los chicos y, como en todo viaje que se precie el Padre Enzo iba premunido de su guitarra, no era posible no acompañar la alegría con música, canto y risa.

Llegamos al Santuario a la hora prevista; cuando el bus se ubicó en el estacionamiento, todos los pasajeros descendimos y ya abajo los Padres organizaron al grupo; la mayoría de los muchachos son capaces de cuidarse solos, sin embargo, algunos necesitan especial atención y a ellos se dedicó un cuidador en particular.

La entrada a la cripta fue rápida y ordenada; había habilitadas dos puertas frente a una de las cuales se extendía una fila de personas que esperaban su turno para ingresar. Los muchachos, habituados a estas salidas, entraron por la segunda rápida y ordenadamente; cada uno a su particular modo, atentos e interesados en lo que presenciaban. Algunas personas se hincaban en los reclinatorios dispuestos en círculo tras un murito; tras los reclinatorios asientos. Todo formaba un amplio ruedo frente a la esbelta estatua de la Santa. Dentro del ruedo, el sarcófago hecho de piedra rosa-oscura de Chacabuco, estaba rodeado de flores llevadas por los fieles devotos; una profusión de colores y aromas alegraban los sentidos y el corazón.

El lugar invitaba al silencio, a la reflexión y a la inspiración, sin embargo, algunos de los muchachos más inquietos, al poco rato se sintieron también atraídos por la amplitud de la explanada…

El resto de los chicos junto a los cuidadores estaban pendientes del entorno, a todos llamaba la atención; sobrecoge conocer a Santa Teresa, su historia de Amor con Cristo, la claridad del pensamiento y la fe que la llevó a ese nivel de compromiso consagrándose como carmelita descalza.
Las personas continuaban rezando, otros salían, otros observaban. ¡Qué sobrecogedor evidenciar la Comunión de los Santos! Cada uno de nosotros puede ser instrumento en manos de Dios si somos dóciles.

Finalmente, todos subimos al bus; siguiente parada, la casa donde iríamos a almorzar. En cosa de minutos llegamos.

Luego de que los muchachos se ubicaron en el living-comedor, los cuidadores y los Padres, organizados como piezas de un engranaje bien aceitado, repartimos la comida y las bebidas que todos, y especialmente los muchachos, comieron con ganas.

Saciado el hambre y la sed, fueron saliendo a la terraza que se abría frente al living-comedor. Un grato lugar sombrío y acogedor, amueblado con cómodos sillones que invitaba a reposar y conversar. En tanto, el Padre David, radio en ristre, acompañado por algunos chicos, al son de música alegre, cantaron y bailaron al costado de una piscina de agua cristalina. ¡Qué contentos estaban! No se necesita mucho para disfrutar de la vida que Dios nos ha regalado.

Y llegó el momento de volver. Abordamos el bus y cada uno de los pasajeros se ubicó en su asiento. Emprendimos el regreso al suave ritmo de la carretera y del conductor; los muchachos, cansados y medio dormidos soñaban con la nueva experiencia atesorada en el corazón y la cabeza; con el rostro de Santa Teresa de Los Andes, con sus pensamientos, con su dechado.