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Bien de mañana, Karel atraviesa decidido el campo de alfalfa; lleva de las riendas a Mulata la yegua que pasará el día en el corral, cerquita del portón de acceso al Hogar Sagrado Corazón.

Cualquiera que llegue, será recibido por ella, que pasta imperturbable a la sombra de los árboles.

Tras el portón metálico, el camino pareciera que nos indicara que la granja San Francisco de Asís, está adelante, más allá del corral de Mulata, a lo lejos y a la derecha. Para quien mire atento, se pueden divisar los techos del invernadero y de la construcción de madera que alberga a los animales que también habitan en el hogar. Al llegar, Karel sale al encuentro y con el entusiasmo y el conocimiento que da la experiencia, explica a los visitantes quiénes son los que viven allí y cómo los cuida.

En el corral grande, la vaca y su ternero, las ovejas y una alpaca, rumian el pasto que han traído en fardos y que Karel se encarga de esparcir para que coman. La mayoría de las visitas, sin distinción de edad, niños y adultos, quisieran acariciar al ternero y la vaca que enseguida se acercan mansos como si supieran los deseos. Y, sin dejar de rumiar, se los conceden.

En un corral más pequeño, las gallinas y dos gallos, cacarean y picotean maíz e insectos; de vez en cuando corretean y también miran por entre la malla a los curiosos. En el ángulo que deja el cruce de caminos, se levantan las jaulas de los cuyes que corretean y miran con sus ojitos redondos y negros. Junto a ellos están los conejos grises, o café claro u obscuro, con orejas caídas, o erguidas; algunos comen, otros descansan y todos soportan pacientes el calor agobiante del verano.
Todo un mundo nuevo para los que vienen de la ciudad; un mundo de olores, sonidos y colores que ya se le han impreso en los ojos y el corazón a Palazzi, como le dicen los otros muchachos a Karel.

Probablemente más de alguien, mirando los animales, se sienta interpelado a reconocer la mano de Dios Padre creador del universo y a agradecerle por manifestarse en estas humildes criaturas.

El día se acerca a su ocaso y los visitantes cruzan el portón rojo y dejan atrás el Hogar Sagrado Corazón y a Karel y los chiquillos que a la distancia se despiden y llevan en sus corazones una nueva experiencia para atesorar.