María
El año 2008 conocí el Instituto del Verbo Encarnado en San Bernardo. Era Semana Santa, jueves, para ser exactos, en la Parroquia Nuestra Señora del Huerto donde iba a Misa. Me encontré con un grupo de jóvenes; pensé que eran sacerdotes, pero me corrigieron: – Somos novicios. Fue el primer contacto que tuve con el Instituto. Además, con una amiga que trabajaba en el Hogar, vine a hacer voluntariado; sin embargo, un verano, reemplacé a la persona que trabajaba en la lavandería porque había salido de vacaciones. Con el tiempo tuve que decidir seguir con mi trabajo habitual, en el que me iba muy bien, o definitivamente quedarme en el Hogar. Me quedo aquí. Los chicos son como mis hijos; en la noche cuando despierto, me pregunto cómo estarán, cómo estará Álvaro y todos los demás; vivo preocupada por ellos.
Todo lo que gano aquí, es infinitamente más valioso que lo que ganaba en el otro negocio. Y con este trabajo quiero ganarme el Cielo.
Eva
En agosto del 2001, con 48 años, ocurrió que durante la celebración de una Misa de domingo, una experiencia personal fulminante desencadenó un cambio radical en mi vida. Si bien, en esos momentos no comprendí de qué se trataba, mis dudas y razonamientos concluían en la Iglesia Católica, en guardar silencio y en dejarme llevar. En ese estado estaba cuando asistí en febrero del 2002 a la primera Misa de los padres y novicios del Instituto del Verbo Encarnado en la Parroquia de Nuestra Señora del Huerto, que habían llegado ese mismo mes a Chile. No podía creer lo que estaba viendo y escuchando, me pareció todo tan bello, tan lindo, que no cabía en mí tanta emoción, tanta alegría, tanto gozo… Sólo me quedó pensar que en ese lugar había Algo desconocido para mí que no quería dejar pasar por nada del mundo.
Y en ese lugar me quedé contra viento y marea. Durante los años siguientes mi participación en la comunidad de laicos fue muy activa en diversos ámbitos. Los padres confiaban en mí y yo en ellos. Recibí mucha y amplia formación en la fe, asistí a todas las actividades que ofrecía el Instituto para los laicos, tuve el privilegio de contar con dos directores espirituales que fueron extraordinarios instrumentos de la Gracia, para que se despertara en mí una enorme necesidad de conocer y amar a Jesús. Mi primer compromiso de fe se hizo realidad al concretar mi deseo de hacer el Voto de Esclavitud a la Santísima Virgen, según San Luis María Grignion de Monfort. Unos años después me comprometí con el Instituto a través de la Tercera Orden optando por hacer votos perpetuos los cuales se concretaron en noviembre del 2010.
En junio del 2011, el superior en Chile me pide que deje todo y me vaya a trabajar al Hogar de Paine, una obra de misericordia que acepté sin conocer nada de ella y que me brindó las mayores alegrías que he tenido en la vida. Por motivos familiares tuve que hacer un alto y este año a petición del Padre Director estoy nuevamente en el Hogar.
Confío que con la gracia de Dios, mi amor por Jesús y María y la fidelidad al Instituto se prolonguen hasta la eternidad.
Eliana
Llegué al Hogar del Padre Ángel una mañana de hace algunos años a comprar verduras; me atendió muy amablemente, la señora Emilia. Luego empecé a ir a Misa a las siete de la mañana. Conocí al Padre Leonardo y al Padre Gustavo y a algunos chicos beneficiarios quienes me saludaban acogedores y así nos fuimos familiarizando. Más adelante, hicimos un Taller de tejido con los dedos para hacer bajadas de cama; por algunos meses fui una hora pedagógica semanal. Estaban felices con el hermoso y colorido resultado. En otra oportunidad, celebramos el mes del libro confeccionando un pequeño libro con la técnica de Origami, que fue una novedad para todos. Gracias a estas actividades nos fuimos conociendo más con los chicos que me saludaban con afecto.
A principios de noviembre del año 2020, me invitaron a trabajar allí y acepté. Opté por trabajar los sábados por la mañana; comencé a fines de ese mismo mes.
Llego a las ocho y media de la mañana y los chicos, sea invierno o verano, entran al comedor de a poquito, algunos bien despiertos, otros medio adormilados todavía, siempre me reciben con el cariño que hemos ido forjando en todo este tiempo.